En el espacio que hay
entre tu piel y tu sangre
pasa Baudelaire
vestido de gendarme,
entre tu risa y tu llanto,
rompiéndole los huesos al azar
pasa Baudelaire
con todas sus flores y con todo su mal
con esa idea romántica del inconformismo
que usás de espuma de afeitar
cuando te mirás
al espejo
y matás tus voluntades más promiscuas
desde el resplandor de tus zapatos,
desde el nudo de una corbata.
Vas a trabajar y está Baudelaire,
volvés a tu casa y está Baudelaire,
te acostás a dormir y
no
encontrás a nadie, pero no importa,
porque
en cuanto el sol te golpee
los párpados
va a estar ahí tu redentor,
a los pies de la cama,
azucarando el café como es debido,
limándole los bordes a tus sueños.
Te estoy invitando a que pases por casa,
a que entres sin golpear la puerta
y a dejar barro sobre la alfombra,
a que te salgan tigres de los poros
y se pinten los labios de azul.
27 nov 2011
26 nov 2011
Autómatas (Mantenga el Orden y la Limpieza)
Mantenga el orden y la Limpieza, dice. Con toda la
autoridad que puede llegar a tener el cartel más resplandeciente que cuelga
sobre la pared pura e inocua. Mantenga el orden y la Limpieza. Impía y
totalitaria.
El individuo que pasa todos los sábados por la
oficina intenta decir, denunciar, que son un montón de letras haciéndose
espacio en un pedazo de chapa, y con mis propios huesos veo cómo lo agarran por
la espalda y le clavan un puñal en el alma. A los pocos minutos, se levanta y
me dice: Mantenga el orden y la Limpieza. E inmediatamente se pone a limpiar sus propias manchas de sangre.
Voy a un recital de poesía y hay un tipo hablando
del amor, de las mujeres hermosas, y de demás cosas que el mundo ha olvidado, porque ya
se encargó de acribillarlas en Wall Street, y, en el verso final, levanta la vista y
sabe que no lo están escuchando, que el tipo de allá está pensando en putas, y
aquél en cosas políticamente incorrectas, pero lo siguen mirando con las mismas
caras de idiota que ponen al leer letreros en las paredes, porque de alguna
manera se han convencido de que cualquier cosa que salga por un parlante está
más arriba en la pirámide prioritaria que lo que realmente desean hacer. Y lo
que realmente desean hacer es conocer al Señor como yo. Tengo quejas que
presentarle. Podría hablarle horas sobre la cantidad de veces que me han timado
en el amor, o sobre las dramáticamente injustas reglas de ‘Piedra, Papel, o
Tijera’. Pero me comentaron que en las mismas puertas del cielo, entre todas
sus arpas y sus querubines semidesnudos, se alzan, triunfantes, seis palabras:
Mantenga el orden y la Limpieza. Como si los seres humanos no nos encargáramos
día a día de ennegrecerlo cada vez más, de ensuciar esas gigantescas verjas
celestiales con todo el sarro y el óxido que emanamos hablando en nombre de
Dios, robando en nombre de Dios, matando en nombre de Dios.
Cuando muera, y sea el ángel más mugriento del
infierno, voy a subir o a bajar y matar todas esas palabras, y no pasar y no tocar
y no fumar y tire y empuje y todos los carteles ante los que nos enseñan a
redimirnos desde que nos cagamos encima, para convertirnos en autómatas del
orden, para que el punto orgásmico de la introspección sea anotar nuestro grupo
sanguíneo en un papelito, y llevarlo a todas partes por si nos pasa un bondi
por encima.
O bien puedo seguir así, como un gatito
perfumado que consume el alimento que sale en la televisión, y lustrarle los
zapatos al Señor, manteniendo el orden y la limpieza.
20 nov 2011
La ropa sucia
No hay nada más al sur
que vos
arañándote la piel entre azucenas,
detrás de la luz gélida de los televisores,
o entre las heridas
de la noche.
Aspirando las cenizas
de este suelo incierto,
haciendo del dolor
un albergue transitorio,
domesticándolo y exhibiéndolo
como si fuera un animalito
al que se le da de comer,
como si realmente se alimentara
de todo el maquillaje
corrido,
de todos los pedacitos de tu alma,
de todos los platos rotos
que van a ver al mundo partir
hacia un destino compartido,
mientras vos te quedás ahí,
abrazada a ese amor de mostrador
del que te babeás
todas las mañanas
para cubrirte de él y dejarlo caer
sobre la ropa sucia,
sobre la lista del supermercado,
o sobre un librito de poemas rosas
que leés bailando charleston
arriba del glaseado del pastel
con que nunca me serviste la mesa,
quizás porque siempre creíste que la mesa era para hacer el amor.
Hablabas del amor como el tipo que sale en la radio
hablando del cambio
climático:
tan pendiente de la estadística y del ascenso de la temperatura global,
y uno se pregunta dónde quedó
dónde carajo está parado
mientras el mundo se va a la mierda,
porque
o yo estoy loco
o vos
estás
a varios cigarrillos de distancia,
y el dolor y la mesa y el tipo de la radio pueden pegarse un tiro bien al sur,
ahí con vos,
y cursar un seminario sobre cómo apagarse en cuotas,
aprenderían a caminar,
y se irían de vos
de una vez por todas.
que vos
arañándote la piel entre azucenas,
detrás de la luz gélida de los televisores,
o entre las heridas
de la noche.
Aspirando las cenizas
de este suelo incierto,
haciendo del dolor
un albergue transitorio,
domesticándolo y exhibiéndolo
como si fuera un animalito
al que se le da de comer,
como si realmente se alimentara
de todo el maquillaje
corrido,
de todos los pedacitos de tu alma,
de todos los platos rotos
que van a ver al mundo partir
hacia un destino compartido,
mientras vos te quedás ahí,
abrazada a ese amor de mostrador
del que te babeás
todas las mañanas
para cubrirte de él y dejarlo caer
sobre la ropa sucia,
sobre la lista del supermercado,
o sobre un librito de poemas rosas
que leés bailando charleston
arriba del glaseado del pastel
con que nunca me serviste la mesa,
quizás porque siempre creíste que la mesa era para hacer el amor.
Hablabas del amor como el tipo que sale en la radio
hablando del cambio
climático:
tan pendiente de la estadística y del ascenso de la temperatura global,
y uno se pregunta dónde quedó
dónde carajo está parado
mientras el mundo se va a la mierda,
porque
o yo estoy loco
o vos
estás
a varios cigarrillos de distancia,
y el dolor y la mesa y el tipo de la radio pueden pegarse un tiro bien al sur,
ahí con vos,
y cursar un seminario sobre cómo apagarse en cuotas,
aprenderían a caminar,
y se irían de vos
de una vez por todas.
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