foto por Eirik Rye

26 nov 2011

Autómatas (Mantenga el Orden y la Limpieza)

Mantenga el orden y la Limpieza, dice. Con toda la autoridad que puede llegar a tener el cartel más resplandeciente que cuelga sobre la pared pura e inocua. Mantenga el orden y la Limpieza. Impía y totalitaria. 
El individuo que pasa todos los sábados por la oficina intenta decir, denunciar, que son un montón de letras haciéndose espacio en un pedazo de chapa, y con mis propios huesos veo cómo lo agarran por la espalda y le clavan un puñal en el alma. A los pocos minutos, se levanta y me dice: Mantenga el orden y la Limpieza. E inmediatamente se pone a limpiar sus propias manchas de sangre.
Voy a un recital de poesía y hay un tipo hablando del amor, de las mujeres hermosas, y de demás cosas que el mundo ha olvidado, porque ya se encargó de acribillarlas en Wall Street, y, en el verso final, levanta la vista y sabe que no lo están escuchando, que el tipo de allá está pensando en putas, y aquél en cosas políticamente incorrectas, pero lo siguen mirando con las mismas caras de idiota que ponen al leer letreros en las paredes, porque de alguna manera se han convencido de que cualquier cosa que salga por un parlante está más arriba en la pirámide prioritaria que lo que realmente desean hacer. Y lo que realmente desean hacer es conocer al Señor como yo. Tengo quejas que presentarle. Podría hablarle horas sobre la cantidad de veces que me han timado en el amor, o sobre las dramáticamente injustas reglas de ‘Piedra, Papel, o Tijera’. Pero me comentaron que en las mismas puertas del cielo, entre todas sus arpas y sus querubines semidesnudos, se alzan, triunfantes, seis palabras: Mantenga el orden y la Limpieza. Como si los seres humanos no nos encargáramos día a día de ennegrecerlo cada vez más, de ensuciar esas gigantescas verjas celestiales con todo el sarro y el óxido que emanamos hablando en nombre de Dios, robando en nombre de Dios, matando en nombre de Dios. 
Cuando muera, y sea el ángel más mugriento del infierno, voy a subir o a bajar y matar todas esas palabras, y no pasar y no tocar y no fumar y tire y empuje y todos los carteles ante los que nos enseñan a redimirnos desde que nos cagamos encima, para convertirnos en autómatas del orden, para que el punto orgásmico de la introspección sea anotar nuestro grupo sanguíneo en un papelito, y llevarlo a todas partes por si nos pasa un bondi por encima. 
O bien puedo seguir así, como un gatito perfumado que consume el alimento que sale en la televisión, y lustrarle los zapatos al Señor, manteniendo el orden y la limpieza.

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